El viejo galpón del Herbarium alguna vez, hace 30 años atrás, albergó a Clotilde y Bartolina, nuestras vacas lecheras Holstein, al Canelo y a la Galleta, nuestros caballos regalones donde mis niños aprendieron a andar a pelo y por supuesto, a nuestra crianza de alpacas y llamas traídas desde el Altiplano, de la FERAL en el año 89.

Todavía en mi recuerdo olfativo ese olorcito delicioso a paja y alfalfa, a creolina, a leche recién ordeñada y sudor animal; ese calor de la piel de la vaca en mi frente y el ruido de chisguete de leche tibiecita en el balde. Mis oídos todavía registran los relinchos y mugidos, el chocar de los cascos en el suelo, los resoplos y suspiros.

Aquí aprendieron a ordeñar mis tres hijos, ayudaron a parir una ternera, recogieron los huevos frescos de las gallinas, supieron como ensillar su caballo, vieron nacer gatitos y salir los pollitos de su cascarón.
El galpón pasó por muchas etapas hasta llegar a nuestra sala multiuso,  la cual -desde el 2011- sirve para hacer clases, reuniones de directorio y hasta cabildos y elecciones de la Junta de Vecinos. Aquí se hace yoga, thai chi y alquimia y se cocina para los casorios y ferias.

Remodelamos humilde y modestamente su interior, pero quisimos mantener su casco intacto, rústico, en madera de pino impregnada de aceite quemado, su esencia y alma campestre y fiel exponente de los inicios de nuestro querido Herbarium, allá por el año 1989.