LABORES DE PRIMAVERA
Escribo mentalmente esta columna desde mi cama, cuando empieza a trinar el zorzal y el cielo va cambiando de negro absoluto a azul. Aun medio dormida y acurrucada entre mis almohadas y el plumón, siento en mi piel la suavidad de las sábanas de algodón. Imagino los arbustos llenos de motitas blandas y suaves, visualizo a los recolectores con sus canastos llenos. Pienso en cuantas cosas que usamos a diario provienen de las amadas plantas y cuantas personas – cada una con su mundo personal- están involucradas en el proceso de esas cosas. Saltar de los campos de algodón de Perú o Egipto a mi lista de trabajo llena de “pendientes” de esta época en el Herbarium, no es difícil y me saca rápidamente de la cama y del pijama, a la ducha y los bototos.
La ortiga, cicuta y demás hierbas crecen por centímetro diario en esta temporada. El jardín se ve desordenado y los pulgones empiezan a engordar a costa de nuestros primores. Desmalezamos con prudencia, tratando de que haya orden pero que queden sitios sin limpiar para que en ellos puedan encontrar alimento las chinitas y sírfidos y las aves que controlan naturalmente el pulgón. Las composteras van subiendo alegremente su volumen gracias a las malezas que provienen de varios jardines del parque. Algo del compost ha logrado ya el estado intermedio de descomposición y está listo para juntarlo con la maleza y cáscaras de tomate, hojas de lechuga, trozos de fruta, para armar el alimento para las lombrices que nos proveen de humus.
El Herbarium está lleno de flores y de aromas en una fiesta personal que indica que el invierno ya se fue. Este año se pusieron como nunca de acuerdo aromos, almendros, ciruelos, violetas y romero junto con los narcisos, agateas, múscaris y juncos. Las nubes rosadas, amarillas y blancas de los árboles en flor, van cediendo su paso al verde encantador de la primavera. Mientras camino el jardín, ráfagas de pétalos me van cubriendo suavemente como si nevara en medio del sol y los cantos de los pájaros. Desmalezar parece ser la consigna, difícil caminar dos pasos sin agacharse a arrancar chépica, pichoga, zarza, ortiga, cicuta o trébol.
El trabajo en el invernadero tampoco da tregua. Las patillas hechas en otoño tienen que repicarse a bolsa para hacer sitio a siembra de albahacas, tomates, alelíes, cosmos, berenjenas, pimientos, ajíes, acelga, lechuga, espuela del galán. El huerto va rotando sus cultivos, ya las habas llenas de vainas y a punto las arvejas, creciendo los ajos y cebollas. Las salvias generosas de flores, los ciboulette listos para el primer corte. Hay que guiar los tomates y sembrar los zapallos que alegrarán el jardín en otoño del año que viene. Mientras tanto cosecho unos puerros y unas hojas de acelga que junto con un trozo de mis zapallos de guarda y un poco de perejil, hará una sopa deliciosa para todo el equipo.
Nadie que tenga un jardín puede quejarse de la falta o del precio de los alimentos. Podemos y debemos cultivar nuestros espacios, aun cuando no sean muy grandes, con plantas que nos den sustento y salud. Para alimentarnos, para gozarlos, para educar a las futuras generaciones y darles nuestra mejor herencia: el auto sustento del cuerpo y del alma.
Un abrazo desde el jardín,
Marie Arana-Urioste
