SOMBRAS Y RINCONES DEL JARDIN: LA PERGOLA Y EL TREILAGE

A media mañana el tren que nos llevaba a Puerto Montt paró en medio del campo. Un ranchito solitario quedó casi bajo nuestra ventana y sirvió para entretener la espera. Era verano y bajo el sol escarbaban las gallinas sueltas en el jardín que por supuesto tenía un frondoso huerto. Allí estaban los tomates ya pintones, unas gordas lechugas, el maíz enseñando sus primeras mazorcas, las hierbas aromáticas que se podían oler desde el tren. Al rato salió una mujer del rancho, tomó rauda una gallina, le tiró el pescuezo y volvió con ella a la casa. Unos minutos más tarde apareció nuevamente -esta vez con una canasta- y se dirigió al huerto. Sacó unas cebollas, escarbó unas papas, cortó un manojo de hierbas, recogió unos tomates y volvió a sus labores. Muy pronto el aroma llegó a nuestra ventana y no nos costó nada imaginar el sabor de esa cazuela, hecha con ingredientes recién cosechados. Pensé en todo el trabajo antes de la cosecha, en el agotamiento después de un día arando y mejorando la tierra, en la siembra cuidadosa de las semillas, en el repique de los almácigos, en el riego hecho con constancia, en que si hiela o no hiela. Con nada se hace un almuerzo.
¿En qué momento nos tragó el superconsumo? ¿Cuándo perdimos el norte y nuestros conocimientos ancestrales? ¿Dónde quedó nuestra calidad de vida? ¿Qué están comiendo nuestros hijos y nietos? ¿Cómo podemos recuperar el huerto perdido?
En un metro de tierra (o su equivalente en macetas) podemos plantar en esta época media hilera de lechugas, media hilera de rabanitos, una hilera de cebollas, media hilera de acelgas, una hilera de ajos, cuatro matas de arvejas y cuatro de habas. Rodee todo con matitas de ciboulette, perejil, cilantro y orégano. Desmalece cuidadosamente y riegue cuando no llueva por periodos prolongados. Espere dos semanas. Verá –como por milagro- asomarse los primores. De vez en cuando pique con cuidado la tierra para airearla. Siga desmalezando y regando mientras sea necesario. A finales del invierno cosechará sus habas y arvejas, dulces, tiernas, blanditas y se hará una ensalada de lechuga, acelga y rabanitos con perejil y ciboulette picadito y un buen aceite de oliva. Será tanta la alegría que sin pensarlo tendrá listos los almácigos de tomate, albahaca, pimentón y berenjena para repetirse el plato todo el verano. Y así el año redondo nos va dando la tierra, para cubrir todas nuestras necesidades y la de nuestra familia.
El bienestar y la paz que recibimos al cultivar nuestros alimentos es ya un bálsamo en esta vida tan agitada, tan llena de malas noticias y pesimismo. Un poco de tierra, una pala y unas semillas pueden ser el principio de una mejor salud mental y física. El convertir la huerta en un lugar de aprendizaje, de logros, de risas, de comunión, de intercambio, de respeto, ayudará a capear la tormenta, a unir la familia y a aliviar el presupuesto en estas épocas de crisis. Toque la tierra buena con sus manos, huela el jardín, escuche los pájaros, vea las estrellas, siga los cambios de la luna, observe como cambian de colores las hojas, viva el otoño, reciba el invierno, goce la primavera. No cuesta nada.
Desde el jardín,
Marie Arana-Urioste